El Mandado
Siguió caminando despacio, hablando para dentro, despacito con su rajawual, como cuando iba al monte guiándose por la hora del sol. Recordó entonces sus largos trayectos a pie por carreteras, barrancos y llanos, cuando iba a recoger café o cortar caña durante la época de zafra en las fincas de la costa sur, cuando vendía pescado seco que traía de Izabal o Escuintla, entristecido recordó también su recorrido por destacamentos y cuarteles buscando a su hijo, el que fue secuestrado durante la guerra, sin que nadie le diera razón alguna.
Pasaron ochenta y siete años desde que Félix Juárez Siquinajay naciera, así lo recordó aquella mañana, cuando con los ojos de quien mira por última vez, agarró camino pueblo abajo en busca de Tomasa, su hija mayor. Al llegar, con su voz pausada y melancólica le dijo que presentía la muerte, que había visto la noche anterior a su hijo Enrique, el desaparecido y que este le hablo llamándolo con una voz lejana. Tomasa, una mujer noble de mirada dura y que había parido 14 hijos, ofreció tranquilidad a su padre, asegurándole que inmediatamente iría en busca de una mortaja, velas grandes blancas y amarillas, copal, cohetes de palma para que suenen cuando el cuerpo salga de la casa, buscaría a los señores de una marimbita sencilla para que siguiera el entierro hasta el cementerio y alistaría los apastes grandes de barro para la comida que se ofrecería durante la velación.
Entro por fin a su casa, buscando con la mirada a Rosenda, su mujer, vio en el recuerdo cuando bien patojos se juntaron y vivieron en un rancho pequeñito de caña con techo de paja, escuchando los latidos de la tierra porque dormían en el suelo , cerca del fuego que allí mismo juntaban. Lo regreso en el tiempo su chucho, que ladraba y movía la cola contento, el mismo que llegada la hora, le ayudaría a cruzar el rió grande de aguas blancas para descansar en Kayala’.
Caía la tarde en su enorme casa de paredes altas y blancas, bebió el atol que Rosenda le ofreció, tomo su mano, le acaricio las trenzas plateadas como la luna y se acostó en la hamaca del patio, cuando las flores despedían su aroma taciturno y la lumbre de Rosenda encendía.
Ya entrada la noche tocaron fuerte la puerta, era Tomasa quien llevaba el mandado del abuelo.
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4 comentarios:
HOLA ROSA, ME GUSTARÍA SABER QUÉ DIFERENCIA HAY ENTRE ROSA CHÁVEZ Y MARÍA IXMUKANÉ...
SALUDOS EUROPEOS
MANUEL
MANUEL A ROSA:
esa mirada del viejo la conozco...
viene de siglos atrás...
y los modernos no la pueden entender...............
diabla que buena foto
diabla que buena foto
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